La mayoría de artículos que encuentres sobre cómo hacerte un selfie, en realidad tratan sobre cómo NO hacerte un selfie. Y en realidad-realidad, tratan sobre cómo hacerte sentir culpable por hacerte selfies. O sobre cómo justificar que tengamos todos estos prejuicios sobre la gente que se hace selfies. Y desde luego, todos van sobre cómo nunca, pero nunca nunca, nos vamos a hacer el selfie apropiado.
El que esté libre de pecado, que tire la primera foto. Vivimos en esa sociedad donde el amor propio se exige a la vez que se penaliza. Yo digo, ¿existe el selfie perfecto?
Los llamamos “selfies” desde hace poco, pero están en nuestras vidas desde hace bastante. Las llamábamos “autofotos” o “egofotos” y las subíamos a nuestro Fotolog, retocadas con Photoshop porque antaño no había filtros. Te tenías que quitar los granos con la herramienta tirita y subir el brillo en una especie de homenaje involuntario a Michael Jackson donde milagrosamente desaparecía nuestra nariz y éramos completamente blancos y todo sin pasar por el quirófano ni exponerse a la escopeta de maquillaje de Homer Simpson. Un chollo.
Nosotras, que hubiésemos pagado -como pagábamos por los politonos y los fondos de pantallas de, qué sé yo, las Supernenas- por el Nashville, el Walden o tan siquiera el Amaro. Por poder ponerle el candadito a la cuenta y no recibir anónimos que opinaban que tu nariz es súper fea, aun con todo lo que te la borras con el brilli-brilli del Photoshop. Por tener aplicaciones que hacen collages con tus fotos -sin tener que estar recortando y pegando en una carpeta- o que te quitan los granos automáticamente, te ponen una pátina de destellos faciales que ríete tú de la radioactividad y sí, también te borran la nariz.
Y como no sólo de selfies vive el ser humano, también tenemos todo tipo de variantes, siendo las más famosas las belfies -butt selfie o selfie de posaderas-, para que nadie salga como el culo y el culo salga como nadie. Si el palo normal ya hizo estragos y reventó los haterómetros del mundo entero, el palo de belfies os podéis imaginar por dónde les van a sugerir a sus portadores que se lo inserten. ¿Por qué tanto odio? Os dejo una reflexión: Antes, cuando nadie tenía cámara propia, el resto de personas nos hacían muchas fotos. En los tiempos del selfie, un humano sólo lleva en la Galería fotos de sí mismo. Y por eso hoy todos tenemos que seguir el bucle. Y además, desengañaos, he estado en residencias de la tercera edad y entre las actividades hay taller de selfies con las enfermeras, así que vosotros veréis cuánto estáis dispuestos a postergarlo.
El selfie es necesario, es una labor social. Sube la autoestima en cuestión de segundos si está bien hecho y te dice que quizá te has pasado de listo si está regular. Y qué. ¿Quién no ha tenido un mal selfie? ¡Autoestima, claro que sí! Si no te gusto en el peor de mis selfies, no te mereces mi cara del que tiene más Likes.
El selfie perfecto es el que te ayuda a no sentirte solo y si va con beso o carantoña, igual hasta te arregla el día. Resumiendo, que viva el selfie, esa nueva forma de comunicación. Porque no sé vosotros, pero yo a estas alturas ya me comunico por selfies, tengo tradiciones al respecto y hasta tengo un encuadre propio y reconocible. Así que, qué queréis que os diga, al final todo se reduce a la más básica de las filosofías y a liberarse de ciertos complejos y ganas de hacer juicios de valor: Donde hay selfie, hay alegría. Y que no nos falte.